Escribir bien y claramente es difícil. Requiere un poco de talento y mucho de entrenamiento, en particular si queremos transmitir efectivamente narraciones, ideas o argumentos.
Es más difícil si se trata de explicar la
decisión a la que un tribunal arriba después de escuchar a las partes de una
controversia. ¿Por qué? Porque las partes han escrito muchos documentos, han
alegado oralmente varias veces y han tratado de controvertir la posición opuesta.
Hay mucha información, y no pocas contradicciones en un ambiente tenso.
Pero ese es el trabajo de árbitras y
árbitros. Leer con acuciosidad, escuchar con atención y, si las cosas no las
terminan de entender, hacer las preguntas correctas a las personas correctas,
sean las partes o peritos expertos. Y vendrá pues más información y más
necesidad de decidir con claridad mental y claridad expresiva.
Lamentablemente no encuentro en nuestro
medio local muchos laudos bien redactados. Lo contrario es más frecuente:
laudos oscuros, escritos en mal castellano, muy extensos y muy farragosos. Y
esto no deja de sorprender, pues la gran mayoría de árbitros son abogados, y
los abogados nos pasamos la vida escribiendo ¿no?…
¿Por qué si contamos con experiencia abogados
y abogadas no escribimos para ser entendidos? Porque partimos de un paradigma
erudito, entendemos que nuestra “ciencia” es privativa de nosotros mismos y que
los demás (no abogados) deberían entenderla o buscarse a otro abogado para que
se las explique.
Craso error en una sociedad que pretende
ser democrática y donde son las partes las que contratan y pagan honorarios
profesionales para encontrar solución a sus disputas. Si la decisión es
anhelada por las partes, y si las razones que la apoyan son su legítima
justificación, ¿por qué no las explicamos en un castellano asequible a las
partes?
Vamos, ¡explíquese señor árbitro!
Edición diario El Peruano.
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