Me han preguntado muchas veces en
seminarios y talleres sobre cómo incrementar la comprensión de los textos que
escribimos cotidianamente. Esto es de la mayor relevancia práctica, pues
cualquier operador legal se pasa el 100% de su tiempo leyendo, escribiendo o
hablando. En este marco, vivimos en un mundo hecho de palabras, palabras y más
palabras, pero no son pocas las veces que nos perdemos en ellas.
La única forma de ser claros cuando
escribimos es cumplir, al menos, dos condiciones: saber exactamente el mensaje
que queremos transmitir y enfocarnos en la capacidad lingüística de nuestro
destinatario. Normalmente las y los juristas que conozco y con quienes
interactúo profesionalmente pueden ser precisos en el mensaje que desean
transmitir, y precisamente por ello creen que podrán comunicarse efectivamente.
Pero se equivocan pues caen en el espejismo de una “claridad ante ellos mismos”
sin detenerse a pensar que la claridad mental que cada uno tenga es irrelevante
si no es transmitida considerando las capacidades, sensibilidades y
experiencias de vida del destinatario del mensaje.
Sería ridículo que, si quiero comprar una
botella de agua, sabiendo que ese contrato supone un acto jurídico bilateral
con prestaciones sinalagmáticas (equivalentes), me dirija a la humilde señora que comercializa
botellas de agua entre otros productos en su pequeño puesto ambulatorio
proponiéndole “prestaciones sinalagmáticas”. A nadie se le ocurre hacerlo,
porque no sólo sería incomprensible para quien carezca de formación jurídica
contractual, sino porque podría ser tomado como una burla de mal gusto.
Si a nadie se le ocurre “hablar en
difícil” cuando busca comunicarse efectivamente, ¿por qué lo hacemos mañana,
tarde y noche cuando escribimos?, ¿por qué no nos concentramos en el uso de un
lenguaje fácil de entender para nuestro lector o lectora? Mi hipótesis es que
nos han educado en un paradigma erudito o alambicado, según el cual mientras
más técnico suene el discurso entonces será mejor apreciado por el
interlocutor.
Hoy ese paradigma está en franca crisis,
porque si la lectora no entiende las palabras empleadas por el autor del texto
simplemente se desconecta, se aburre, pierde interés, no comprende…
¿Resultado?: pues perdemos la oportunidad de contar, ilustrar, argumentar y
demostrar lo convincente de nuestra posición. La gente, y en especial los
operadores legales en posición de autoridad, tienen muy poco tiempo para hacer
el esfuerzo de investigar el significado de palabras que no están en su
vocabulario más usual.
¿El remedio para no sonar aburrido,
incomprensible o sabiondo pero inalcanzable? Busque claridad usando las
palabras que el destinatario pueda comprender sin esfuerzo. Si facilitamos la
comprensión de un mensaje bien articulado, seguramente tendremos más
probabilidades de comunicar y eventualmente persuadir.
La comunicación es un baile de a dos, ¿se
anima a bailarlo?
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