Hacia fines de Julio estuve en la Corte Superior de Lima, invitado por una magistrada amiga desde las tempranas aulas universitarias, para hacer una charla sobre argumentación jurídica, en las actividades que como prólogo se organizaban por el Día del Juez.
Repasamos los cánones actuales de la argumentación desarrollados por el Tribunal Constitucional y el Consejo de la Magistratura. Asistieron pocos (al parecer, una final futbolística tuvo mucho mayor atractivo), pero esas personas mostraron gran gentileza e interés. No quisimos suspender el convite académico, teníamos que aprovechar la oportunidad para seguir bregando por una argumentación judicial lanzada hacia nuevos y mejores estándares.
Mi relación con las y los jueces peruanos data de 1996, en que llegado de Bruselas y habiendo estudiado mucho sobre el desempeño y la cultura de los jueces occidentales, tuve claro que había que renovar la cultura judicial y sus prácticas en esta parte del globo. La argumentación era una herramienta indispensable, porque en ella encuentras actividad racional y no caprichosa, transparencia y respeto por los ciudadanos, una oportunidad de anunciar las decisiones judiciales de manera asequible, con espíritu democrático, en un lenguaje amigable, y porque las buenas razones pueden liberarte de la opacidad de decisiones oscuras, malamente interesadas o que no puedan resistir presiones de los poderes reales en nuestra sociedad.
Confieso que en 15 años de trabajo con los jueces ha habido luces y sombras. Unas mejoran su nivel de argumentación y su perfil general y otros no. Hay decenas de factores que condicionan esto, que he explicado en otros comentarios ya publicados. Sin embargo un factor determinante es la actitud de cada jueza y cada magistrado: que quieran hacerlo, a pesar de todas las circunstancias personales e institucionales adversas.
Mi homenaje a ellas y ellos, a quienes quieren ser mejores juezas y jueces con un trabajo limpio, orientado a fines institucionales sanos, con buen nivel argumentativo y con decisiones que resuelven y no complican más las controversias generadas por los demandantes y demandados.
Amor y odio es lo que uno puede sentir cuando las cosas no mejoran. Pero siempre es mejor, si no quieres quedarte paralizado y quejumbroso, o peor aún, volverte un tirapiedras o un incendiario, escoger el amor y la esperanza. Las cosas pueden cambiar, la argumentación judicial puede ser más y mejor, si así lo decide cada mañana cada jueza y cada magistrado de la República.
Para ello, ahora hay más herramientas que nunca. Usémoslas!
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